
En otros países de la región, como es el caso de España, los puestos con mayores requerimientos académicos y experiencia son muy escasos, lo que ha dado lugar a que los jóvenes menores de 30 años hayan empezado a postularse para cualquier empleo presentando un currículum B, es decir, antecedentes que omiten varios renglones relevantes de su trayectoria laboral. El propósito es conseguir trabajo, cualquier trabajo, y va a contrapelo de lo que era habitual: inflar artificialmente los antecedentes para ser aceptado para un puesto de mayor jerarquía.
Cualquier CV es un libreto producido. Intenta seducir al empleador para obtener una entrevista personal y seguir seduciéndolo en esta instancia para ser finalmente contratado. La novedad, en esta ocasión, es que en vez de lucir mejor se presentan en concordancia con los empleos disponibles. Valga la comparación entre vestirse de ejecutivo o de obrero, dependiendo del puesto que se aspire. En estos casos, en vez de traje o vestido elegante exhiben cierto grado de rusticidad para entrar a escena.
Así, los ingenieros intentan ingresar como técnicos, abogados que sólo mencionan un secundario completo, licenciados en Administración que manifiestan tener algunos conocimientos contables, etcétera. Todo porque si excedieran en el perfil buscado serían descartados de la búsqueda, bajo el concepto de que su permanencia, haciendo trabajos que están por debajo de su capacidad, augura un lapso de estada muy corto y tal vez conflictivo.
Cabría preguntarse si ante estas situaciones no sería conveniente violar la ortodoxia que impera en las políticas de Recursos Humanos. Es una verdad a gritos que quien ocupa un puesto que le demande tareas de menor calificación, tarde o temprano buscará otros horizontes más adecuados a sus capacidades, pero mientras se encuentre desocupado hay una energía potencial desperdiciada.
El sentido de pertenencia se ha reducido al mínimo por distintos motivos sociales y culturales, lo que hace difícil augurar que la empresa no sea más que un escalón transitorio. Algo así como una escuela que se abandona cuando se consigue pasar a un nivel superior. Es una situación difícil de aceptar. Las nuevas generaciones han obligado a las empresas a convertirse en escuelas porque se esfumó el empleo de por vida. Entonces, una vez asumida la precariedad y el cambio permanente habría que considerar la posibilidad de contratar empleados sobrecalificados, previendo que se podrán ir en cualquier momento. Abriría la puerta a nuevos aportes para la organización.
Fuente: La Nación
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