jueves, 16 de diciembre de 2010

¿A dónde iremos a parar?

El temor se hace presente en los ciudadanos que diariamente transitan por las diversas calles de nuestra ciudad, ante el evidente incremento de actos antisociales, convirtiéndolos en posibles víctimas directas o indirectas, no obstante la existencia de innumerables iniciativas, sin que hasta la fecha se haya logrado darles las seguridades del caso.

La delincuencia es un fenómeno que se define por la actitud que adopta un individuo como respuesta a la sociedad que lo cobija, cuya solución, por su gravedad, demanda un estudio serio de sus factores coadyuvantes o causales a los que lamentablemente no se les ha brindado la atención debida, quedándose en la superficiosa verborrea y tibias medidas correctivas, ineficaces; emanadas de la inoperante gestión de autoridades burocráticas e improvisadas, cuyas limitaciones han contribuido a su agudización.

Erróneamente, cuando se aborda el problema, se acude al facilismo, combatiendo las consecuencias mediante acciones represivas que constituyen paliativos muchas veces sobredimensionados con fines protagónicos o buscando dividendos en nuestro nauseabundo medio político, circunstancia que confirma el irónico pensamiento de Pascal en el sentido de que “los funcionarios son como los libros de una biblioteca: los que están en los lugares más altos son los que menos sirven”.

Se olvidan del criterio técnico y del elemental conocimiento de que el ente central es un ser humano con etapas de crecimiento vital, cada una de las cuales con sus características y tratamiento físico y sicológico propios, en donde la educación juega un papel fundamental, determinados por la alimentación, el afecto familiar, el medio ambiente, etc. Es en el aspecto formativo en donde estriba el origen del problema, desde la infancia, pasando por la juventud y adultez.

Nuestra triste realidad ratifica que no estamos formando ciudadanos y eso equivale a una falta de valores. Entonces, ¿cómo podemos pretender cosechar?. Un absurdo. Lo que se deduce al estar nuestro país considerado como uno de los de peor educación en el mundo. Los organismos internacionales no mienten.

De la pésima educación resulta el lumpen que nos agobia, los mediocres funcionarios, profesionales patanes y políticos corruptos a los que tenemos que soportar, porque la acción destructiva contra la educación no es de ahora. Son millones de jóvenes frustrados en sus anhelos por un sistema ahora mercantilizado. Tenemos profesionales en cantidades industriales pero seguimos en nada, salvo honrosas excepciones de nuestra regla letal.

Los principales medios de comunicación, resultan en nuestro entorno otro factor negativo traumatizante para la formación educativa del niño, en particular la televisión, ya que lo atrapa en su propia casa, sin escape, convirtiéndolo en su asiduo inevitable. Ni que decir de algunos medios escritos de circulación nacional, verdaderas charcas, en donde se denigra prácticamente todo, pasando desapercibida la cultura y la apología del delito resulta cotidiana.

Nuestra sociedad en su evidente descomposición, que hay que evitar, agrega un factor criminógeno por excelencia que es el alcoholismo, alentado mediante celebraciones saturnales. Festividades que sólo contribuyen a un embrutecimiento masivo, beneficiando a los productores que incrementan sus arcas, utilizando a la niñez y a nuestros jóvenes, irresponsablemente, como elementos de promoción.

Frente a esta ominosa realidad se hace necesario realizar un esfuerzo indesmayable porque de lo contrario, ¿a dónde iremos a parar?.

Por Lic. Jorge Guerrero Tenorio

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