"Berta Cáceres presente hoy y siempre", "La lucha sigue y sigue" y "¡Berta Vive!" gritaron los manifestantes, en su mayoría de la etnia lenca, a su paso hacia el cementerio general de La Esperanza, a unos 300 kilómetros al oeste de la capital hondureña, Tegucigalpa, bajo el rítmico sonar de tambores de afrohondureños.
La multitud llorosa se desplazó de la casa de la madre de la víctima, Austra Flores, en el barrio El Calvario, a la ermita de La Gruta, donde se ofició una misa auspiciada por dirigentes de organizaciones ambientalistas de Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Honduras.
Numerosos hombres se turnaron para cargar en sus hombros el ataúd de Cáceres en su ruta por más de 10 kilómetros de las vías del pueblo junto a los cuatro hijos de la víctima: Olivia, Berta, Laura y Salvador.
Ellos iban con su padre y ex esposo de Cáceres, Salvador Zúñiga, quien exclamó frente al cuerpo de la mujer: "Perdóname Bertita, perdóname porque no pude comprender tu grandeza".
En la víspera, su madre dijo en rueda de prensa que "espero que este horrendo crimen no quede en la impunidad y que el gobierno sea presionado internacionalmente para hallar y castigar a los verdaderos responsables".
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